Fallece Martin Parr a los 73 años, dejando tras de sí un archivo visual inconfundible que retrató con ironía, color saturado y una crudeza directa la sociedad de consumo, el turismo de masas y la vida cotidiana sin filtros.
Lejos de la épica y del dramatismo clásico del fotoperiodismo, Parr convirtió lo banal en protagonista: playas abarrotadas, comidas grasientas, souvenirs absurdos, cuerpos apretados al sol. Su estilo, inmediatamente reconocible, fue tan criticado como celebrado por mostrar un espejo incómodo de la clase media occidental. Nada en sus imágenes pretendía embellecer; todo estaba pensado para subrayar el exceso, la torpeza y la contradicción social.
Miembro histórico de la agencia Magnum Photos, dirigió también durante años su fundación en Bristol, desde donde impulsó a nuevas generaciones de fotógrafos. Su influencia se extiende desde la fotografía documental hasta la moda, la publicidad y el arte contemporáneo.
Parr nunca buscó caer bien. Su obra incomoda porque señala. Y precisamente por eso su legado resulta hoy más vigente que nunca, en una época dominada por la imagen edulcorada, el filtro constante y la corrección estética. Supo mostrar lo que nadie quería mirar de frente.
Su muerte cierra una etapa fundamental de la fotografía europea contemporánea, pero su archivo queda como testimonio incómodo, divertido y feroz de una sociedad que se reconoció —a regañadientes— en sus propias contradicciones.