Marie Bashkirtseff (1858-1884) vivió su corta vida entre Rusia y Francia durante la segunda mitad del siglo XIX. Murió en 1884, a la temprana edad de veinticinco años, de tuberculosis. Hija de una familia noble, recibió una educación exquisita de manos de diferentes tutores mientras viajaba por Europa. Tenía pleno dominio de siete idiomas, dos de los cuales clásicos; le gustaba cantar y tocaba siete instrumentos. La ópera parecía su vocación en la vida, pero con dieciséis años comenzó a perder su voz y oído, por lo que abandonó la música para centrar sus esfuerzos en la pintura. En París ingresó en una de las pocas escuelas de arte que aceptaban en sus aulas a las mujeres, la Académie Julien, donde coincidió con Catherine Breslau y centró sus obras en el lado más desfavorecido de la sociedad.
Comenzó a escribir su diario con solamente doce años y lo hizo hasta días antes de su fallecimiento. Escribió sin pensar en ser leída, aunque pretendiendo ser leída, y por ello lo hizo con una sinceridad que desarma. Marie escribe su vida para ser descubierta una vez ya no tenga edad y, en su cometido, se compara con Edmond de Goncourt y Guy de Maupassant –con quienes mantuvo correspondencia. Se rebelaba así a la amenaza constante de la muerte: «¿Morir? Sería absurdo. Y, sin embargo, me parece que voy a morir. No puedo vivir. No soy un ser normal». En el prólogo que escribió poco antes de fallecer, Marie expresó su temor al olvido. Que una vida tan llena de ambición acabe en la nada la espantaba y, tanto su obra artística como su diario, eran las armas con las que pretendía combatirlo: «¡Vivir, tener tanta ambición, sufrir, combatir y, por último, el olvido! El olvido… Como si no hubiese existido nunca».
Su diario tiene el carácter de un documento histórico sobre la vida de las mujeres nobles en el siglo XIX y sobre la enfermedad. La misma autora, un año antes de su fallecimiento y desconocedora si antes de abandonar la vida habría llegado a ser ilustre o no –aunque afirmó, de forma categórica, que los únicos caminos válidos serían la celebridad o la muerte–, sostiene que el interés del diario también radica en la descripción de la cotidianidad, de la vida privada, ya que «siempre es curiosa la vida de una mujer día a día, sin afectación, como si nadie en el mundo hubiera de leerlo nunca». Asimismo, en el decurso del diario podemos observar la evolución de la joven, quien comienza despreciando a aquellas mujeres que profanan el matrimonio por dejarse ver por sus maridos con los rizadores puestos, y acaba declamando contra la desigualdad social y pidiendo la misma libertad de ir y venir de los hombres, sin la cual consideraba que nadie podía llegar a ser un gran artista: «¡Oh, cuánto me desespera ser mujer!».
Las molestias de los hombres les proporcionan honores, gloria y popularidad, en tanto que las de las mujeres no proporcionan nada. (…) ¡Las mujeres no serán nunca más que mujeres! Y, sin embargo… Si se las educase de la misma manera que a los hombres, la desigualdad que deploro quedaría anulada, y solo quedaría la que es inherente a la naturaleza misma.
Es inquietante adentrarse en la lectura del diario de Marie, porque existió, fue una persona real que mantuvo un registro de sus experiencias día a día. Y, aunque el género es marcado por la subjetividad y la autorrepresentación, con el paso de los días la imagen de la autora se escapa a su propio control. Marie es una joven egoísta, arrogante, materialista y superficial. Una todavía niña de catorce años que piensa que sabe lo que es el amor cuando queda prendada del duque de Hamilton sin siquiera haber hablado con él, y al que espera conquistar deslumbrándolo a través de su triunfo en el escenario. Una historia de amor que, por otro lado, recuerda a las novelas románticas de Jane Austen por las reflexiones de la joven: «cuando no se habla a nadie de la persona a quien se ama, ese amor es más intenso; en tanto que si se habla de ella constantemente (…) el amor se torna menos intenso. El amor es como un frasco de esencia: si permanece tapado, el olor es fuerte, mientras que, si queda abierto, se evapora». Pero también es una mujer ambiciosa e inteligente, con mucho talento para las artes.
La Marie de su Diario no es un simple personaje ni se reduce a estos rasgos, sino que es una persona tan viva que parece hablarnos a través de sus páginas. La autorreflexión de Marie intensifica la sensación de realidad, pues la autora revisa las entradas anteriores y parece prever su futuro –se pregunta: «¿Llegaré a morir de repente, presa de alguna enfermedad?»–, un futuro trágico que las lectoras ya conocemos. Marie fue una una feminista avant la lettre: una mujer que amó, que soñó con la gloria y legó más de cuarenta cuadros a museos de todo el mundo, que sufrió la degradación de su cuerpo, que se quejó de las normas del decoro que limitaban las vidas de las mujeres y que le ganó al olvido gracias a su diario.