En un rincón de Inglaterra, una bolsa de terciopelo rojo guardó durante casi tres décadas un secreto: la cabeza embalsamada de Sir Walter Raleigh. Elizabeth ‘Bess’ Throckmorton, su esposa, la conservó desde el día de la ejecución de este en 1618 hasta que ella murió, como símbolo de un amor que no se podía matar.
Sir Walter Raleigh fue explorador, corsario, capitán de expediciones navales contra la España imperial y poeta, además de un hábil espía y tan leal a su país que incluso participó en la matanza de Smerwick (1580), lo que no deja de ser, en cierto modo, paradójico, pues, según el folclore de la zona, muchos de los cautivos fueron decapitados en un terreno conocido como Gort a’ Ghearráin (Campo de corte). También dicen que pudo ser, en realidad, el verdadero autor de algunas de las obras de Shakespeare, aunque esto último es más bien una hipótesis muy minoritaria y rechazada por la mayoría de especialistas.
Raleigh era, aparte de lo dicho, uno de los cortesanos favoritos de la reina virgen, como llamaban a Isabel I, que lo colmaba de privilegios y encargos. Fue nombrado caballero en 1585. Sin embargo, este vínculo se resquebrajó cuando, en un acto de pasión e indudable temeridad, contrajo matrimonio en secreto con Elizabeth ‘Bess’ Throckmorton, dama de compañía de la reina.

Esta unión, celebrada hacia 1591, en cualquier otra circunstancia habría sido solo un asunto privado, pero en la corte isabelina las voluntades personales estaban sometidas al capricho de la monarca. Ella tenía el control absoluto sobre la vida de sus cortesanos y exigía explícitamente que ninguna dama contrajera matrimonio sin su permiso. Raleigh y Bess lo hicieron, lo que marcó para siempre sus destinos.
Cuando la noticia llegó a oídos de la soberana, el matrimonio fue arrestado y conducido a la Torre de Londres. ¿Estaba la reina enamorada de Raleigh? ¿Era aquel matrimonio una desobediencia o una traición amorosa? Quién sabe, pero en la torre pasaron meses, humillados y privados de toda influencia, mientras la corte murmuraba y sus enemigos crecían. Y aunque la pareja recuperó la libertad gracias a la mediación de algunos aliados, Raleigh nunca volvió a tener el favor de su majestad ni la certeza de haber sido perdonado.
Tras la muerte de Isabel I y la subida al trono de Jacobo I, Raleigh intentó restituir su crédito, pero los vientos habían cambiado. Jacobo I, que nunca había confiado en él, lo acusó en 1603 de participar en un complot para derrocarlo y lo sentenció a muerte. Por fortuna, la ejecución se aplazó y Raleigh pasó trece años prisionero en la Torre de Londres, hasta 1617, año en el que se le permitió organizar un viaje a Guayana en busca de oro bajo la promesa de no enfrentarse a los españoles. No obstante, la empresa fracasó y el hombre regresó a Inglaterra sin el preciado metal y con una enemistad renovada con España. En consecuencia, la sentencia de muerte se reactivó.

El 29 de octubre de 1618, Raleigh fue conducido al cadalso en el Old Palace Yard de Westminster. Vestía con dignidad, dicen, y ante la multitud examinó el hacha que lo mataría y se permitió incluso bromear sobre su destino. Justo después, el verdugo cumplió su cometido.
Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de St. Margaret, junto a la abadía de Westminster, y su cabeza, cuidadosamente embalsamada, fue entregada a su amada Bess. La leyenda —respaldada por algunos inventarios familiares— asegura que, durante el resto de su vida, la viuda conservó aquel triste recuerdo envuelto en una bolsa roja, llevándolo siempre consigo, manteniéndolo cerca, como si de esta suerte pudiera burlar a la muerte.
¿Acaso le susurraba versos que solo ella podía escuchar? Quizá le recitó El amor del océano por Cynthia o le desveló el final de Historia del mundo, una obra que Raleigh escribía y que quedó incompleta tras su muerte. Sea como fuere, con la cabeza de su adorado esposo viajó de residencia en residencia, desde Londres hasta West Horsley Place, la casa de campo donde pasaría sus últimos años.
Bess murió en 1647 y fue enterrada junto a su familia en St. Mary the Virgin, Beddington, Surrey, donde reposan los Throckmorton. La cabeza de Raleigh, según se cree, fue entonces llevada junto al resto de su cuerpo para que descansara en paz. Y aún hoy, en West Horsley Place, se conserva una antigua bolsa roja que podría coincidir con aquella que guardó la cabeza. Un objeto silente tejido de amor, secretos y venganza. También, quizá, de locura.
La historia de Raleigh y Bess, como sucede con tantos amores extraños, ha inspirado leyendas, pero también obras como la tragedia Sir Walter Raleigh (1719), de George Sewell, o la novela Lady in Waiting (1956, sin edición en español), de Rosemary Sutcliff. En el cine, Clive Owen interpretó al famoso explorador en Elizabeth: la edad de oro (2007), una película de Shekhar Kapur en la que la reina fue encarnada por Cate Blanchett. Antes, en el filme The Virgin Queen (1955) —El favorito de la reina en España—, Elizabeth Throckmorton fue interpretada por Joan Collins y la reina Isabel por Bette Davis.
Podríamos decir, pues, que esta es la historia de un amor que nació en secreto, desafió a una reina, la sobrevivió, aunque no pudo con la traición política y que, sin embargo —el mito así lo narra—, de algún modo, venció a la propia muerte.