Una reina implacable, banquetes de sangre y el duelo convertido en venganza

by Verónica García-Peña

La venganza tiene un aroma propio y en la historia de Olga de Kiev es el de la sangre y las cenizas. Nació de la muerte de su esposo y se convirtió en una de las venganzas más terribles que han quedado registradas en las crónicas medievales. Viuda demasiado joven, madre de un heredero aún niño, su duelo dio lugar a banquetes de sangre y fuego

Olga estaba casada con Ígor de Kiev, hijo de Rúrik, fundador de la dinastía Rúrika. Era un matrimonio arreglado, algo muy común en aquellos años, pero que se convirtió en una alianza poderosa, según consta en las crónicas eslavas. Hacia el año 945, durante una expedición de tributo, Ígor fue capturado por los drevlianos —un pueblo de eslavos orientales que habitaba las densas zonas boscosas de lo que hoy es el norte de Ucrania— y ejecutado de manera sumamente cruel. Lo ataron a dos árboles curvados que, al soltarse, desgarraron su cuerpo. Olga quedó viuda con un hijo aún menor, Sviatoslav, y un reino convulso, por lo que asumió el gobierno como regente y, desde el poder, urdió una feroz venganza.

El enemigo pensó que la joven viuda era presa fácil, por lo que le propusieron casarse con su príncipe Mal. Como si el amor pudiera sustituirse al igual que se intercambian algunas cartas en un juego de naipes. Estaban seguros de que así dominarían Kiev. Olga los escuchó, como Medea en su ardiente deseo de represalia, y aceptó recibirlos, pero en secreto planeó su primer castigo. Cuando los emisarios drevlianos llegaron a sus tierras, los enterró vivos dentro de sus embarcaciones. Era el primer movimiento de un juego de poder que no dejaría supervivientes; el preludio de la furia que estaba por desatarse.

St Olga. Nesterov, 1892

El segundo acto llegó en forma de un banquete funerario que simulaba reconciliación. Según la Crónica Primaria — compilación de mitos, leyendas y documentos que narran la historia de la región eslava desde aproximadamente el año 850 hasta 1110—, Olga invitó a otro grupo de drevlianos a una celebración en honor a Ígor. Durante el festín, los invitados brindaron, bebieron y se entregaron a la música, confiados en la aparente hospitalidad de la regente, y cuando estuvieron ebrios, esta ordenó cerrar las puertas y mandó que fueran masacrados. La leyenda dice que unos 5000 hombres cayeron aquella noche y aunque algunos aseguran que tantos no pudieron ser, fue, desde luego, un banquete de sangre abrigado de venganza y traición. Una escena que nos recuerda a la crueldad de ciertos relatos de honor y deshonor en la literatura épica y también, a ciertos banquetes shakesperianos donde pocos eran los que se salvaban.

No sería, sin embargo este convite la última escena del castigo de Olga. Un tercer grupo de ilustres drevlianos viajó a Kiev para unirse a las negociaciones. La reina los recibió y, bajo la promesa de un ritual de purificación, los encerró en una casa de baños,  prendió fuego al lugar y los quemó vivos.

Más tarde, no satisfecha aún su venganza, exigió un tributo peculiar. Cercó la ciudad de Iskorósten, capital de los drevlianos, y después de un año de asedio, exigió un último gravamen. Les pidió tres palomas y tres gorriones por cada casa. Los habitantes, creyendo que aquello era un precio irrisorio a cambio de que la reina los dejara en paz, entregaron las aves sin protesta. Olga ordenó entonces atar a los animales trozos de tela con azufre ardiente en las patas y, al anochecer, los soltó. Los pájaros regresaron a sus nidos en los tejados de la ciudad. Así, su luto se tornó fuego y la ciudad ardió. La imagen de esas aves incendiarias se repetiría en cantares y leyendas eslavas durante siglos, convirtiendo el acto de la viuda en un símbolo de pena y venganza.

La princesa enlutada se convirtió en una regente temida y, siglos más tarde, aunque pueda parecer increíble, en Santa de la Iglesia ortodoxa. Olga, alrededor del año 957, viajó a Constantinopla y se hizo cristiana —una decisión de fe y política— siendo bautizada como Yelena por el mismísimo emperador Constantino VII, mas su nuevo credo no importó a la Iglesia Ortodoxa Rusa, que la canonizó formalmente en 1547. Es una contradicción fascinante. Aquella que llevó su duelo hasta la destrucción fue y es venerada como modelo de piedad, aunque su vida esté más cerca de Lady Macbeth que de una mártir.

Su historia es la de una reina viuda que vivió con el fuego del odio en su interior. Fuego con el que devastó a aquellos que la habían dañado y robado el amor. ¿Era amor de verdad lo que Olga sentía por Ígor? Quién sabe pero, desde luego, la pérdida de ese querer, auténtico o no, se convirtió en llamas. Es por tanto esta la historia de una viuda que prefirió llenar el mundo de cenizas antes que aceptar el olvido.

El bautismo de Olga, por Sergei Kirillov

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