Creo que nos han adoctrinado tanto y tan bien, que ya no sabemos reconocer siquiera ni los sentimientos propios, ni los ajenos, ni cuál es realmente nuestra posición en el mundo, quién somos, cómo somos o qué queremos realmente. José Antonio Marina desvelaba en uno de sus brillantes artículos una cuestión fundamental, planteaba que cuando alguien nos dice “te quiero”, quizá deberíamos continuar un poco más allá y añadir: “Bien, pero ¿para qué me quieres?” Parece algo sencillo y podría parecer algo absurdo, pero si analizamos bien la pregunta —o preguntas— es una clave bien interesante. Por un lado deberíamos plantearnos si realmente somos lo suficientemente adultos para llevar a cabo una afirmación así y una pregunta así, también, si estamos preparados para asumir afirmación y respuesta o si en ambas escondemos cierto engaño —o autoengaño— por un lado social sobre lo que debo o no debo, debería o no debería ser, anhelo pero no es la realidad y lo que más asusta: qué deseo realmente. Si quiero a esta persona para qué la quiero y para qué me quiere ella a mí o simplemente nos amamos, es posible amar sin más, cabe preguntarse, sin clarificación de respuesta a dicho planteamiento…. Y si existen condiciones podría tratarse de un amor sesgado o vinculado a ciertas situaciones o contextos y que por tanto no se daría o sería posible más allá de estos. Eso sería amar, entonces, difícil averiguarlo… Si algún día llegásemos a indagar más en esta pregunta que añade Marina a una cuestión tan amplia como el querer — amar, amor— y llevásemos a cabo una disección infinita de dicha cuestión hasta realizar una verdadera autopsia —y autopista emocional— a través de ir quitando más y más capas a este querer sin demasiada precisión, qué encontraríamos entonces… Pues probablemente la verdad de las cosas. Y la verdad de nosotros y nosotras mismas. Y eso duele, y es incómodo y deberíamos plantearnos desde cero toda construcción mental de todo aquello de lo que nos han convencido durante años. Porque amar es libertad sí, pero no libertad útil para el otro u otra, es libertad en ti, libertad para amar y ser amado. Tu casa eres tú. Amar es algo que trasciende, no ata, más bien libera (aunque parezca difícil de comprender) pero tampoco desvincula, ni abandona el barco al primer cambio u oleaje porque su propia existencia es algo que va más allá hasta de la propia muerte. Imaginen, desde este lado, algo que va más allá de nuestra propia muerte: ¿cuántas cosas se sostienen tras la muerte? Y cuántas cosas incluso crecen tras esta… Pocas, muy pocas. Pero el amor, resiste. Porque ni se rompe ni se rasga, permanece intacto, es algo intangible. Puede acabarse la pareja sí, pero ¿y el amor? Piensen desde la muerte, este pensamiento radical suele ordenar todo en una milésima de segundo.
Este amor líquido del que Bauman nos habla de un modo tan excepcional en su obra ha crecido de un modo tan estremecedor que claramente creo que se nos ha escapado de las manos el concepto, el fundamento y el modo de obrar en consecuencia. Qué deseamos realmente y a quién y en qué modo. En la raíz del deseo del otro se esconde una carencia, se esconde un miedo, una dependencia, una necesidad, una construcción social o simplemente amamos, aquí la pregunta crece y se extiende de un modo infinito. Y principalmente deberíamos preguntarnos si conocemos realmente el significado y todo lo que implica amar, sin condición, con entrega, con honestidad, de un modo sincero. Quizá solo hemos llevado a cabo el acto de amar de un modo automático —no me refiero solo al plano físico también espiritual— sin detenerse a pensar en todo lo que ocurre más allá. A veces, cuando una persona fallece llega la epifanía, de repente, comprendes el amor en su estado primigenio, absoluto; pero los seres humanos somos así, ha de ocurrir dicha atrocidad para caer en la cuenta, tarde, demasiado tarde.
Fíjense si aplicamos la pregunta de Marina a nuestro amor por nuestros compañeros de vida peludos, gatos, perros, lo que cada quien tenga a bien, la respuesta nos conduce a una nada necesaria, a una metanoia diría yo. Te quiero, podría decirle a mi gato y si él me preguntase “para qué”, tan solo podría decirle: porque te quiero. Es decir, porque quiero tu bienestar, tu dicha, verte feliz… Si se dan cuenta ahí yo solo formo parte activa como quien desea el bienestar del otro porque evidentemente su felicidad es mi dicha, pero no existe condicionamiento alguno. Es un amor puro. Por eso dicen que los animales son los únicos seres que aún guardan ciertos valores y significados vinculados a la tierra, lo salvaje, la naturaleza. También porque aman sin más. En el caso inverso mi gato podría decirme que me quiere para que le proporcione alimento, pensarán algunos y algunas, pero si revisamos las miles de historias de animales maltratados, perseguidos, que han salvado miles de vida o que han vuelto a hogares donde ni eran bien recibidos ni bien tratados, qué nos encontramos, nos encontramos unos principios básicos de lealtad y amor que en la humanidad se han convertido en algo líquido y viscoso, y por eso es tan difícil de atrapar algo con las manos, se nos escurre, se nos escapa… Pero sin embargo, ellos, siempre vuelven a casa. Reflexionemos. Amar.