El primer sueño animado del cine
En diciembre de 1937, una película animada protagonizada por una joven de piel blanca como la nieve, un espejo parlante y siete pequeños mineros cambió para siempre la historia del cine. Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje animado producido por Walt Disney, no solo rompió todas las expectativas técnicas y narrativas del momento, sino que dio lugar a un nuevo lenguaje cinematográfico que transformó la animación en un arte mayor. Basada en el cuento popular recogido por los hermanos Grimm, la película no tardó en conquistar al público y en convertirse en un hito cultural que, a día de hoy, sigue generando lecturas simbólicas, sociales y críticas desde múltiples disciplinas.

La producción del filme fue, en sí misma, un acto de fe. En una época en la que la animación era considerada un entretenimiento breve y menor, Walt Disney se atrevió a soñar en grande. Su idea de realizar una película animada de más de una hora de duración fue recibida con escepticismo por su entorno, hasta el punto de que el proyecto fue apodado internamente como “la locura de Disney”. Sin embargo, la convicción de Disney era inquebrantable. Inició la producción en 1934 y, durante tres años, dirigió los esfuerzos de un equipo de más de 750 artistas, animadores y técnicos que trabajaron con una dedicación casi artesanal. El presupuesto inicial de 250.000 dólares pronto se vio desbordado y superó el millón y medio, una cifra descomunal para la época, en plena Gran Depresión. Disney llegó incluso a hipotecar su casa para poder concluir la película.
Ese esfuerzo titánico se tradujo en una obra de una calidad visual y emocional sin precedentes. Técnicamente innovadora, Blancanieves fue la primera película en utilizar la cámara multiplano, un dispositivo que otorgaba profundidad a las escenas mediante capas superpuestas. Los fondos eran auténticas pinturas al óleo, cuidadosamente elaboradas para dar una atmósfera envolvente, mientras que los personajes presentaban un diseño estilizado que buscaba un equilibrio entre realismo y caricatura. Inspirados por la ilustración europea del siglo XIX, los artistas de Disney buscaron dotar de densidad narrativa a cada escena. No era solo una historia: era una experiencia.
Una noche para la historia
El estreno, el 21 de diciembre de 1937 en el Carthay Circle Theatre de Los Ángeles, fue un acontecimiento sin precedentes. Asistieron celebridades como Marlene Dietrich y Charlie Chaplin, y la ovación del público fue unánime. Blancanieves no solo fue un éxito artístico, sino también económico: recaudó más de ocho millones de dólares, convirtiéndose en la película más taquillera hasta ese momento. En 1939, Disney fue galardonado con un Oscar honorífico acompañado de siete pequeñas estatuillas, una por cada enanito, en un gesto que selló su lugar en la historia del cine.
Más allá de su éxito inmediato, el filme pasó de ser un éxito cinematográfico a un referente cultural y cambió la percepción social de los cuentos de hadas. Blancanieves consolidó la animación como una forma legítima de arte cinematográfico, demostrando que era posible construir relatos complejos y emocionalmente resonantes a través del dibujo. A la vez, reflejó los valores morales y estéticos de su época. La protagonista encarna el ideal de feminidad de los años treinta: dócil, trabajadora, pura y maternal. Es cuidada por figuras masculinas (los enanitos, el cazador, el príncipe), pero carece de agencia real: no toma decisiones, no se enfrenta directamente a su antagonista, y su salvación depende de un beso ajeno. Frente a ella, la madrastra representa un poder femenino peligroso: es vanidosa, inteligente, ambiciosa, y por ello debe ser destruida. Esta dicotomía entre la mujer buena y la mujer mala es uno de los aspectos más revisados por la crítica contemporánea.

Significado histórico y social
Numerosas interpretaciones se han propuesto desde entonces para descifrar los símbolos que habitan la historia. Desde una perspectiva psicoanalítica, Blancanieves puede leerse como un relato de iniciación: la joven, al huir de casa y adentrarse en el bosque, atraviesa un proceso simbólico de muerte y renacimiento. La manzana, fruto del conocimiento prohibido, puede entenderse como un despertar sexual o emocional; el sueño dentro del ataúd de cristal representa una etapa de latencia, de espera, hasta que el beso del príncipe —acto que, por cierto, ha sido cuestionado en lecturas feministas contemporáneas— la devuelve a la vida. Bruno Bettelheim, en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, interpreta los personajes como fragmentos de la psique: los enanitos serían aspectos protectores del yo, mientras que la reina reflejaría los conflictos internos no resueltos, como la envidia o la represión materna.
Desde la óptica feminista, la película ha sido objeto de fuertes críticas por la construcción de la protagonista como figura pasiva y por la glorificación de la belleza como valor supremo. La relación con el príncipe es prácticamente inexistente: no se conocen, no hablan, y sin embargo él es quien tiene el poder de “despertarla”. Esta pasividad ha sido contrastada con la acción decidida de la madrastra, cuyo castigo es, en última instancia, una lección moral: la ambición y el deseo femenino fuera del hogar deben ser reprimidos.
En clave sociológica, Blancanieves también ha sido interpretada como un vehículo de los valores conservadores del New Deal: la exaltación del trabajo, la comunidad doméstica, la obediencia y la humildad. La cabaña de los enanitos es un refugio del orden frente al caos del exterior, una pequeña sociedad masculina autosuficiente donde Blancanieves ocupa el papel de cuidadora. El mensaje implícito: el mundo funciona mejor cuando cada uno cumple su función.
Sin embargo, lo más fascinante de esta película es que, a pesar de su clara inscripción histórica, sigue siendo un texto abierto a la interpretación. El relato de Blancanieves se ha reinventado en múltiples ocasiones, en versiones oscuras, revisionistas, satíricas y subversivas. Desde Blancanieves y la leyenda del cazador hasta Shrek, pasando por parodias, homenajes y experimentos artísticos, su figura ha sido reescrita, cuestionada y adaptada a los nuevos tiempos. Incluso la propia Disney ha abordado revisiones de su legado con una mirada más crítica y contemporánea y casi un siglo después, Blancanieves y los siete enanitos sigue siendo un punto de referencia en la historia del cine. Su influencia no se limita a la animación: es un modelo de narrativa visual, una lección de técnica y un espejo en el que se han proyectado, generación tras generación, los valores, miedos y deseos de la cultura occidental. Al igual que el espejo mágico de la reina, esta película nos devuelve una imagen de lo que fuimos y de lo que seguimos siendo.