Amaia Arrazola (Vitoria-Gasteiz, 1984 – Barcelona, 2025) fue una de las ilustradoras más reconocibles y queridas de su generación. Su fallecimiento deja un vacío que trasciende el ámbito artístico: se pierde una artista que trabajaba desde la honestidad, la sensibilidad y la observación cotidiana.
Formada en Publicidad y Relaciones Públicas, inició su carrera en el mundo de la dirección de arte, pero pronto comprendió que su camino estaba en la ilustración. En 2010 se instaló en Barcelona como freelance y comenzó a construir un lenguaje visual propio: líneas limpias, color vibrante, una mirada íntima sobre la experiencia personal y una constante apertura hacia el mundo que la rodeaba. Sus dibujos eran claros sin ser simples, emotivos sin sentimentalismo, reconocibles sin repetirse.
Su obra publicada alcanzó una notable repercusión. Wabi Sabi (2018) marcó un punto importante en su trayectoria: fruto de una residencia artística en Japón, el libro exploraba la belleza de lo imperfecto y lo efímero. A ese título le siguieron trabajos como Totoro y yo, donde la fascinación por la cultura japonesa se entrelazaba con la maternidad y la experiencia afectiva. Arrazola veía la ilustración como un espacio narrativo capaz de contener lo íntimo, lo lúdico y lo reflexivo al mismo tiempo.
Más allá de los libros, su presencia en el espacio público fue significativa. Realizó murales en Barcelona, Madrid, Milán, Rabat y otras ciudades. En ellos trasladaba su vocabulario visual al paisaje urbano, generando lugares de encuentro, memoria y color. Sus paredes no pretendían deslumbrar por el impacto, sino por la cercanía. Eran imágenes que miraban a quienes las observaban, no imágenes que exigían ser miradas.
Arrazola trabajó también para instituciones y marcas, pero su sello nunca se diluyó. La maternidad, la fragilidad, la ciudad, lo cotidiano y la curiosidad por la cultura visual japonesa fueron constantes que se repetían sin imponerse. Su mirada, incluso en los proyectos más comerciales, conservaba una calidez sincera y una atención a la experiencia emocional de lo que significa estar vivo.
La noticia de su fallecimiento ha sido recibida con tristeza y respeto. Su legado permanece en sus libros, en sus murales y, sobre todo, en la manera en que enseñó a observar: con sencillez, con delicadeza, con apertura. Su obra seguirá siendo estudiada, recordada y, sobre todo, querida.