Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari, fue una bailarina, cortesana y espía neerlandesa que se convirtió en un ícono de la «mujer fatal» durante más de un siglo. Detrás de su fascinante imagen de bailarina exótica y espía seductora, se oculta una vida marcada por tragedias y malentendidos que la llevaron a un destino trágico. Desde sus primeros días en el norte de los Países Bajos, Margaretha se destacó por ser una persona excepcional: llamativa, audaz y con un talento innato para los idiomas. Triunfó en Europa con sus danzas brahmánicas y orientales, pero durante la Primera Guerra Mundial, su vida dio un giro drástico cuando realizó labores de espionaje a favor de Alemania. Detenida por las fuerzas francesas, fue declarada culpable de espionaje y traición, condenada a muerte y ejecutada por fusilamiento en la fortaleza de Vincennes.
A los 18 años, buscando aventuras y desesperada por escapar de su situación, respondió a un anuncio matrimonial del capitán Rudolph MacLeod, un militar veinte años mayor. En 1895, se casaron y se trasladaron a Java, donde la vida matrimonial resultó ser un infierno. MacLeod, alcohólico y adúltero, la maltrataba. Tuvieron dos hijos, Norman-John y Louise Jeanne, pero la tragedia los golpeó cuando Norman-John murió envenenado. La relación se deterioró completamente y en 1902 se separaron, dejando a Margaretha en una situación realmente complicada por las dificultades vividas en las Indias. Fue entonces cuando comenzó a reinventarse como una nueva y sorprendente mujer.
En 1905, una bailarina exótica que se hacía llamar Mata Hari –nombre que en malayo significa «ojo del día»– irrumpió en la escena parisina con una actuación en el Musée Guimet. Vestida con un atuendo transparente y seductor, presentó danzas supuestamente sagradas que cautivaron a la audiencia. Sus relatos de lujuria, celos, pasión y venganza la convirtieron en la mujer más glamurosa y deseada de París, frecuentada por aristócratas, diplomáticos y militares.
Durante la Primera Guerra Mundial, los Países Bajos se mantuvieron neutrales, permitiendo a Zelle cruzar fronteras libremente. Para evitar los campos de batalla, viajaba entre Francia y los Países Bajos pasando por España y Gran Bretaña, lo que llamó la atención de las autoridades. Su relación con Vadim Maslov, un joven piloto ruso, intensificó su implicación en actividades sospechosas. Maslov, herido gravemente en combate, llevó a Zelle a solicitar permiso para visitarlo en el frente, siendo obligada por agentes del Deuxième Bureau a espiar para Francia a cambio de este privilegio.
Antes de la guerra, Zelle había actuado como Mata Hari ante el príncipe heredero Guillermo de Prusia. El Deuxième Bureau pensó que podría obtener información seduciéndolo. Sin embargo, su participación fue mínima y la propaganda alemana promovió una imagen exagerada del príncipe como un gran guerrero. En realidad, era conocido por ser un mujeriego y fiestero, sin mucha influencia en la dirección del ejército. Ladoux, su contacto en el Deuxième Bureau, más tarde se convertiría en uno de sus principales acusadores.
Su fama y sus conexiones con altos funcionarios militares y políticos la convirtieron en un blanco fácil durante tiempos de guerra. En el otoño de 1915, cuando se encontraba en La Haya, la exótica bailarina recibió la visita de Karl Kroemer, cónsul honorario de Alemania en Ámsterdam, quien le ofreció 20.000 francos a cambio de espiar para Alemania. Ella tomó esa suma, considerándola una compensación por los abrigos de piel, joyas y dinero que los alemanes le habían confiscado tras el estallido de la guerra, pero, según aseguró ella misma, no desempeñó el trabajo.
En noviembre de 1916, fue arrestada en Falmouth y llevada a Londres, donde fue interrogada por sir Basil Thomson. Afirmó trabajar para el Deuxième Bureau, aunque no está claro si mintió o si las autoridades francesas la estaban utilizando sin reconocerlo. Más tarde, en Madrid, intentó concertar una reunión con el príncipe heredero, lo que la llevó a ofrecer información a los alemanes, aunque sus motivos no están claros. En enero de 1917, los mensajes interceptados identificaron a Mata Hari como la espía H-21. Estos mensajes fueron diseñados para exponerla y facilitar su arresto por los franceses.
Para finales de enero de 1917, Mata Hari estaba cada vez más ansiosa. Ladoux no solo la había traicionado, sino que tampoco le había pagado. La falta de noticias de Vadime aumentaba su preocupación, temiendo que hubiera sido herido. Se estaba quedando sin dinero y tuvo que mudarse a hoteles cada vez más económicos en París. El 12 de febrero de 1917 se emitió una orden de arresto contra Mata Hari, acusándola de espionaje a favor de Alemania. Al día siguiente, fue arrestada, su habitación fue registrada y sus pertenencias fueron confiscadas. El encargado de interrogarla fue Pierre Bouchardon, juez instructor del Tercer Tribunal Militar, conocido por su severidad y su enemistad hacia las mujeres «inmorales». En su diario, Bouchardon expresó su profundo desprecio por las «devorahombres» como Mata Hari. Ordenó que fuera aislada en la prisión más horrenda de París: Saint-Lazare.
Las condiciones en la prisión de Saint-Lazare no eran las mas adecuadas, las celdas se encontraban infestadas de pulgas, ratas, y otras alimañas, la comida era deleznable. Se le negó el acceso a sus pertenencias personales, incluida su medicación para la sifilís. Pudo comunicarse esporádicamente con su abogado, Édouard Clunet, pero este carecía de experiencia en juicios militares.
Durante su juicio, las pruebas en su contra eran principalmente manipuladas o circunstanciales. El capitán Pierre Bouchardon, su interrogador principal, utilizó su carácter y vida personal para condenarla, ignorando la falta de pruebas concluyentes. A lo largo del juicio, Mata Hari defendió su inocencia, declarando su amor por Francia y negando haber proporcionado información significativa a los alemanes.
Mata Hari ha sido recordada como una espía seductora, pero la realidad es más compleja. Fue una mujer atrapada por las circunstancias, cuya vida y muerte fueron manipuladas por los intereses políticos y militares de su tiempo. En sus propias palabras: «No sé si en el futuro se me recordará, pero si así fuera, que nadie me vea como a una víctima sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó pagar». Su historia es un recordatorio de cómo las apariencias pueden engañar y cómo la lucha por la supervivencia puede llevar a decisiones desesperadas. Mata Hari sigue siendo una figura legendaria, pero también una trágica víctima de su propia leyenda y de las maquinaciones de aquellos que la utilizaron.