La primera presentación de Orvallo tendrá lugar el viernes 28 de marzo a las 19:00 horas en la Librería Cervantes de Oviedo, con la participación de la autora y de la periodista y socióloga Verónica García-Peña. Será la primera de varias presentaciones que también llevarán el libro a Copenhague (25 de abril) y a la Feria del Libro en Español en Malmö (14 de junio).
Hay lluvias que no hacen ruido. No golpean con fuerza ni despiertan sobresaltos. Simplemente caen, como si acariciaran el suelo, empapando todo lo que encuentran a su paso. A esa llovizna sutil, persistente y casi invisible se la llama orvallo en Asturias. Y con esa misma delicadeza es como Marta Pastur Rubio construye su segundo libro, una colección de relatos breves que, sin levantar la voz, cala hondo.
Publicado por Uve Books y con una edición cuidada —rústica con solapas, 12 x 17 cm, 80 páginas— Orvallo es mucho más que una suma de historias. Es un viaje entre la memoria y la realidad, entre la mirada de la infancia y los ecos de la adultez. Es también un homenaje a los recuerdos, al poder de lo vivido y a las pequeñas cosas que, aunque fugaces, nos transforman.
Una autora entre dos mundos
Marta Pastur nació en Asturias, pero desde 2018 reside en Copenhague. Pedagoga de formación y máster en Neuropsicología Educativa por la Universidad de Alcalá de Henares, ha hecho de su pasión por la enseñanza un modo de vida. Tras trabajar como docente en Dinamarca, fundó su propia academia de español para niños, llamada Pollitos, donde conjuga su amor por el idioma con su vocación pedagógica.
Esa doble vida entre el norte de España y el norte de Europa ha impregnado su literatura. Si con Victoria sin cuerno, su primer libro, exploró el ámbito de la narrativa infantil ilustrada, ahora, con Orvallo, da un paso firme hacia la literatura para adultos, sin perder de vista la mirada inocente y perpleja de la niñez, aunque no es solo un libro de recuerdos ni una simple evocación nostálgica. Es también una cartografía emocional que conecta el pasado con el presente, la voz de la niña con la conciencia de la mujer, el yo autobiográfico con las vidas de muchos otros niños y niñas que Pastur ha conocido a lo largo de su vida profesional.
Desde su primer relato, despliega una sensibilidad aguda hacia lo cotidiano. Juegos infantiles, viajes en coche, charlas en el aula, el silencio de un hospital o la curiosidad ante lo desconocido se convierten en materia narrativa. A través de escenas breves, la autora teje una red de significados que giran en torno a la identidad, la fragilidad y la resistencia de la infancia.
Cada relato funciona como una pequeña estampa, una imagen que se fija en la memoria con la intensidad de un olor, una palabra o un gesto. En Efecto Proust, por ejemplo, se explora el poder de los recuerdos olfativos. En otros, como Pas de chat o Apego, se abordan el miedo a la ausencia, la pérdida y la transformación interior que implica crecer, pero lo que verdaderamente distingue a Orvallo es su capacidad para mostrar la infancia como un territorio complejo, donde conviven la ternura y el desconcierto, el juego y el trauma, la inocencia y la lucidez. Marta Pastur no idealiza el mundo infantil, sino que lo presenta como un espacio de construcción, resistencia y asombro.

La infancia como metáfora
“Con este libro de relatos he querido tender un puente entre la niñez y la vida adulta”, afirma la autora. Y ese puente se construye no solo a partir de sus vivencias personales, sino también de las historias reales de muchos niños y niñas con los que ha trabajado en Dinamarca. Algunos relatos están inspirados en situaciones conmovedoras, como la de Anisa, una niña que deseaba tener la piel blanca porque en su país el tono oscuro era sinónimo de marginación. O la de Mark y Thomas, que descubren muy pronto la vulnerabilidad de ser inmigrantes en un país ajeno.
A través de estas historias, la autora consigue ampliar el foco y trascender lo autobiográfico. Aunque Orvallo parte de lo íntimo, de lo local, se proyecta hacia lo universal. Sus temas —el apego, el miedo, la pérdida, el aprendizaje, la ternura, la nostalgia— son compartidos por lectores de cualquier edad o procedencia.
Pedagogía y literatura: un vínculo natural
El oficio de Marta Pastur como pedagoga atraviesa toda la obra. No en el sentido de una literatura didáctica, sino en el uso de la observación como herramienta narrativa. “Este proyecto nace de mi obsesión por observar”, confiesa. Y esa mirada atenta, empática, generosa, recorre cada una de las páginas del libro.
En cuentos como Hipotonía, Codo a codo o Laboratorio, la autora explora el vínculo con los niños desde la experiencia docente. Las preguntas inesperadas de los pequeños, su forma única de interpretar el mundo, su necesidad de conexión y de refugio, se convierten en claves para reflexionar también sobre la adultez y sus carencias. Estos relatos sugieren que muchas veces somos los adultos quienes más tenemos que aprender. Y que hay una sabiduría silenciosa en los niños que solo se revela si nos detenemos, si escuchamos, si nos dejamos mojar por ese orvallo invisible que es la infancia.
Nostalgia sin almíbar
Otro de los hilos conductores del libro es la nostalgia. No como simple melancolía, sino como una forma de recuperar y resignificar lo vivido. La autora ha confesado que el libro fue también una suerte de catarsis, una forma de volver al origen desde la distancia. Desde Copenhague, este libro le ha permitido reencontrarse con su Asturias natal, con los paisajes, las personas y las emociones que la vieron crecer.
En este sentido, los relatos tienen un aire de retorno. Hay en ellos un deseo de detener el tiempo, de conservar lo perdido, de dar forma a lo inasible. Y sin embargo, no cae en la trampa del sentimentalismo. Su tono es contenido, su lirismo medido, su sensibilidad, madura. Cada texto está escrito con una prosa limpia y lírica, que sabe cuándo callar, cuándo insinuar, cuándo dejar que el lector complete el sentido. Es una escritura que no subraya, que confía en el poder de los detalles, en los gestos mínimos, en lo que queda flotando entre líneas.
Un libro que interpela
Orvallo no es un libro para devorar de una sentada. Es más bien una obra para saborear con lentitud, como quien mira llover por la ventana. Su lectura invita a detenerse, a recordar, a mirar con otros ojos lo cotidiano.
Al final, lo que Marta Pastur logra con este libro es algo muy difícil: hablarnos de cosas pequeñas que, en realidad, no lo son. Porque detrás de cada escena hay un mundo emocional que todos reconocemos. Porque todos fuimos niños alguna vez. Y todos seguimos arrastrando a ese niño interior, aunque a veces lo olvidemos.