Desde que Al-Mamún, califa de Bagdad, ordenó abrir por la fuerza un túnel en la Gran Pirámide en el siglo IX, las pirámides de Guiza no han dejado de ser objeto de fascinación, teorías descabelladas y, sobre todo, muchas preguntas sin respuesta. A lo largo de los siglos, se han intentado explicar su función, su modo de construcción y el simbolismo que encierran, siempre con la certeza de que fueron concebidas como tumbas monumentales para los faraones. Pero hoy, a la luz de los descubrimientos recientes, esa certeza empieza a desdibujarse. La combinación de nuevas tecnologías, como el radar de penetración terrestre o las cámaras térmicas de alta precisión, con hallazgos arqueológicos desconcertantes, ha abierto una puerta inesperada a la posibilidad de que aún no entendemos realmente qué son estas estructuras, ni para qué fueron concebidas.

Uno de los hallazgos más recientes proviene del proyecto internacional Scan Pyramids, que en 2023 detectó una anomalía térmica en la cara este de la Gran Pirámide de Keops. Gracias a cámaras infrarrojas, los investigadores descubrieron bloques de piedra a nivel del suelo con una diferencia de temperatura de hasta seis grados respecto a los bloques contiguos. Esta variación no se explica por el simple efecto del sol o la erosión. En las imágenes, mientras la mayoría del monumento aparece teñido de azules y magentas, estas zonas anómalas brillan en tonos cálidos. La posibilidad de que estas diferencias escondan una cámara o cavidad no explorada ha reavivado el interés por una pirámide que, a pesar de haber sido medida, escaneada y atravesada, sigue resistiéndose a ser comprendida del todo. A este hallazgo se suma otro descubrimiento: un corredor oculto de nueve metros de largo en la parte superior de la misma pirámide, detectado también por los sensores del equipo, que se une a una estructura en forma de L ubicada a pocos metros de profundidad y a una posible cámara entre los tres y diez metros bajo la superficie. Todo parece indicar que el interior de Keops no solo es más complejo de lo que pensábamos, sino que hay zonas clave que aún no han sido tocadas.
Pero lo que ha descolocado aún más a la comunidad arqueológica ha sido el trabajo conjunto de Corrado Malanga, de la Universidad de Pisa, y Filippo Biondi, de la Universidad de Strathclyde, quienes han utilizado un radar de apertura sintética (SAR) para mapear el subsuelo de Guiza. Los resultados, publicados en 2022 y actualizados recientemente, muestran un mundo oculto bajo la meseta: cinco estructuras cilíndricas verticales con techos inclinados, todas ellas ubicadas bajo la pirámide de Kefrén, conectadas mediante ocho pozos en espiral que descienden hasta 648 metros de profundidad, y que a su vez se vinculan con dos grandes estructuras cúbicas de 80 metros de lado. En conjunto, esta red subterránea forma un complejo de al menos dos kilómetros de largo que se extiende bajo las tres pirámides principales. Los investigadores aseguran que estas formaciones no son naturales y sugieren que podrían haber servido como cámaras acústicas, generadores energéticos o algún tipo de estructura cuyo propósito aún escapa a nuestra comprensión. Aunque estas ideas rozan lo fantástico, lo cierto es que los datos están ahí, esperando ser interpretados.

Por otro lado, la imagen clásica del constructor egipcio también ha empezado a resquebrajarse. En marzo de 2025, un equipo arqueológico descubrió esqueletos en el sur de Egipto, procedentes de Nubia y datados en torno al 3000 a. C., lo que los sitúa por delante de la construcción de las pirámides. Esta cronología plantea una cuestión delicada: ¿eran los constructores de las pirámides una fuerza local egipcia homogénea, como se ha creído, o participaron en su levantamiento pueblos de otras regiones? La osteóloga Sarah Field, citada por el Daily Mail, señaló que este hallazgo podría cambiar la forma en que entendemos el origen y la organización de quienes levantaron las grandes construcciones. A este hallazgo se suma el trabajo en Tombos (Sudán del Sur), donde la arqueóloga Sara Schrader descubrió pequeñas pirámides de adobe con restos humanos que revelan una vida de trabajo físico intenso. Hasta ahora se asumía que las tumbas piramidales estaban reservadas a la élite, pero estos descubrimientos sugieren lo contrario: que personas de clases bajas también podían ser enterradas en estructuras de ese tipo, lo que abre nuevas preguntas sobre el simbolismo, la funcionalidad y el acceso social a estos espacios.
Las pirámides fueron construidas entre los años 2630 y 2500 a. C., como tumbas para los faraones de la IV Dinastía, mediante enormes rampas y una estructura de organización laboral altamente sofisticada. Pero cada nuevo descubrimiento parece horadar esa narrativa y recordar que, aunque creamos conocerlas, las pirámides siguen siendo estructuras incomprensibles en muchos aspectos. Como si fueran más que tumbas, más que símbolos, más que monumentos. Como si su verdadero propósito aún estuviera enterrado, esperando el momento —y la tecnología adecuada— para salir a la luz.