“Mientras juego (a los naipes), escucho los aviones que pasan encima de mi casa; pasan y pienso que todos van a España, mientras yo estoy aquí, anclada en el sillón, tomando apuntes para mis memorias”.
(Concha Méndez, Memorias habladas, memorias armadas)
Hay una foto muy bonita de la poeta Concha Méndez con su hija en la cubierta de un barco. Las dos se abrazan y miran directamente a la cámara. Acababan de abandonar su país, al que solo regresarían de visita muchos años después. Eran dos refugiadas. Hubo una guerra en España desde 1936 hasta 1939 y esa guerra trajo la muerte de personas inocentes pero también la pérdida de otras muchas que debieron exiliarse por razones políticas. Concha Méndez fue una de esas personas, al igual que otras compañeras de su generación como María Teresa León o Luisa Carnés. La historia nos contó durante mucho tiempo cómo había afectado la guerra civil a los hombres de la Generación del 27. A Lorca lo mataron, Luis Cernuda o Rafael Alberti tuvieron que irse a Hispanoamérica para poder seguir hablando su idioma y no perderse del todo. En esa historia que nos contaron olvidaron decirnos que había muchas mujeres y niñas, como Concha y su hija, que también sufrieron el exilio. Algunas de ellas eran escritoras y, por eso, decidieron contarnos su abandono de la patria a causa de la guerra a través de poemas y libros de memorias.
En sus memorias Concha Méndez deja su testimonio de la guerra: “Nos hospedamos en una casa bombardeada, con una escalerilla que subía al único cuarto que quedaba en pie. Allí tenía Manolo una pequeña imprenta y el papel con el que imprimía estaba hecho con el uniforme de los soldados muertos.” Ella logró escaparse con su hija de dos años a París y fueron su conocimiento del idioma francés y su abrigo de pieles que la hacían parecer una mujer adinerada los que la libraron del ingreso en un campo de concentración. Era el año 1937. Dos años después, ya junto a su esposo, el también poeta Manuel Altolaguirre, pudo marcharse a Cuba y luego a México. Allí ella sacó la fuerza necesaria para animar a su marido, sumamente devastado por los horrores de la guerra: “Manolo estaba tristísimo; yo sabía que pasaría, como pasaron los otros momentos”.
La fuerza interior también debió asistir a Luisa Carnés, cuando no pudo escapar de los campos de concentración franceses. Ella también escribió sobre aquello y su testimonio es tan exacto y personal que cualquiera que lo lea se queda impactado por las duras consecuencias de los conflictos bélicos en las mujeres. Luisa nos habla de la guerra, de su lucha y de su inevitable huida por Valencia, Cataluña y Francia. Allí, en Francia acabó en un centro de internamiento para mujeres y niños que en realidad era como una prisión, provista de tapias y redes metálicas. Allí se encontró con el miedo y la prohibición, con las burlas y las miradas de desprecio de algunos vecinos del pueblo cercano, pero también con la generosidad de otros muchos franceses que, burlando la vigilancia de los gendarmes, les llevaban comida y periódicos. También se topó con la sororidad vivida entre las compañeras de refugio. Así en la habitación compartida “Era el momento de las confidencias a media voz, del cambio de impresiones sobre las cartas recibidas o lectura de la prensa. Algunas juntaban completamente sus camas y sostenían quedas conversaciones, que duraban largo tiempo. A veces, entre los murmullos apagados se dejaba oír un sollozo contenido”. Las condiciones en el refugio eran muy malas, pero la solidaridad entre las “prisioneras” fue enorme y el exilio nunca llegó a ser solitario.
Tampoco estuvo sola en su forzado exilio María Teresa León, la escritora conocida durante tanto tiempo como “la esposa de Alberti”. Ella dejó un testimonio escrito muy valioso en su Memoria de la melancolía. En este libro tan completo María Teresa nos relata la guerra con gran lirismo (“El bombardeo de cañón aturde como si millones de manos aplaudiesen o abofeteasen o injuriasen o se riesen de ti o te escupiesen… y tú sin poder hacer otra cosa que temblar”) y también profundiza en su largo exilio en Buenos Aires, ciudad a la que llegó junto a su esposo y su hija recién nacida. María Teresa recupera en su texto a la esposa del Cid, doña Jimena, que también se vio obligada a ser fuerte para resistir el destierro. Cualquier mujer exiliada es doña Jimena y los hijos que cada una de ellas alumbran en América serán hijos del exilio, sacados adelante “con un poquito de pan”. Dice María Teresa que en “esta dispersión española le ha tocado a la mujer un papel histórico y lo ha recitado bien y ha cumplido”.
Todas ellas vivieron un exilio interior y exterior. Concha, Luisa, María Teresa y miles de mujeres más sufrieron una de las peores consecuencias de la guerra. Hoy tenemos sus textos para conocernos en el pasado, para aprender de él y sentirnos responsable de un futuro mejor, libre de guerras y de mujeres alejadas de su patria. Ellas contaron su historia para ser las voces de otras tantas. María Teresa León lo dijo en sus memorias: “Algún día se contarán o cantarán las pequeñas historias, anécdotas menudas, esas que quedan en las cartas escritas, a veces, por otra mano, porque no todas las mujeres españolas saben escribir…”