Muchos y muchos lectores me han preguntado eso mismo. Cuando la historia se publicó por primera vez, en el New England Magazine hacia 1891, un médico de Boston escribió una protesta en The Transcript.
Tal historia no debía ser publicada, dijo; podía hacer que cualquiera se volviese loco.
Otro médico, creo que de Kansas, escribió que era la mejor descripción de la locura incipiente que nunca había visto y —pidiéndome disculpas— ¿era algo que yo había vivido?
En fin, la historia de la historia es esta:
Durante muchos años sufrí unas severas y continuadas crisis nerviosas que me provocaban depresiones, en el mejor de los casos. Durante el tercer año de este problema acudí, con fe devota y una débil esperanza, a un especialista en enfermedades nerviosas, el mejor del país. Este hombre sabio me postró en cama y me prescribió el descanso como cura, a lo cual mi físico respondió tan rápidamente que él pudo concluir que no tenía ningún problema, enviándome a casa con el consejo de «llevar una vida lo más doméstica posible» para «tener, como mucho, dos horas de vida intelectual al día» y «no volver a tocar un lápiz, pluma o bolígrafo nunca más» mientras viviese. Esto fue en 1887.
Fui a casa y seguí sus instrucciones durante tres meses, y terminé por aproximarme tanto al borde de mi propia ruina mental que apenas podía ver más allá.
Entonces, haciendo uso de los restos de intelecto que me quedaban y ayudada por un amigo muy sabio, dejé de lado los consejos del especialista y volví a trabajar de nuevo… El trabajo: algo normal en la vida de todo ser humano; el trabajo: algo que proporciona diversión, crecimiento y servicio y, sin lo cual, uno no es más que un pobre y un parásito. Finalmente, logré recobrar parte de mis fuerzas.
Mi natural conmoción tras librarme por tan poco me llevó a escribir «El papel amarillo», con sus adornos y añadidos, para transmitir la idea (nunca tuve alucinaciones, ni objeciones con la decoración de mis paredes), y le envié una copia a ese médico que casi me había vuelto loca. Él nunca lo reconoció.
Ese pequeño libro es valorado por los psiquiatras como un buen espécimen de cierto tipo de literatura. Hasta donde sé, ha salvado a otra mujer de un destino similar: resultó ser tan terrorífico para su familia que permitieron que retomara su actividad normal y se ha recuperado.
Pero es el mejor resultado posible. Muchos años más tarde, supe que ese gran especialista había admitido frente a sus amigos que había modificado su tratamiento para la neurosis tras leer «El papel amarillo».
No pretendía que ese escrito condujese a nadie a la locura, sino salvar a otra gente de ella, y funcionó.
Charlotte Perkins Gilman.
Traducción de Marino Costa.
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