El viernes 10 de octubre, la Sala H de Ponferrada se llenó de público con ganas de metal. No era para menos: Tim “Ripper” Owens, el vocalista que un día se puso al frente de Judas Priest, volvía a pisar un escenario español. El ambiente era el que se espera cuando se junta a un público hambriento de directo con un artista que no necesita presentación: expectación, ruido, cerveza y una energía que se notaba incluso antes de que se apagara la primera luz.
La noche comenzó con Black Bomber, banda local que jugaba en casa y lo aprovechó desde el primer minuto. Con Isi Gallego a la batería, Roberto Prieto al bajo, Pedro Megatherion y Javi LesPaul a las guitarras, y Migui Albatross al micrófono, presentaron temas de su disco Blacklisted y adelantaron material del álbum que están preparando. Su sonido no tiene florituras: riffs directos, actitud, y ese aire sucio y contundente que bebe de Motörhead pero también del punk más salvaje. El público, respondió con el mismo pulso.
Con la sala ya completamente entregada, llegó el momento que todos esperaban. José Pineda y Miguel Salvatierra se colocaron en sus puestos de guitarra, Rafael Vázquez afinó su bajo, Fran Santamaría marcó el ritmo en la batería… y entonces, Tim “Ripper” Owens entró el último. La sala estalló en aplausos y gritos antes incluso de que sonara una nota.

El sonido fue rotundo desde el inicio, y la voz de Owens —tan afilada como siempre— se impuso con una claridad que sorprendió incluso a quienes ya lo habían visto en directo. No hay truco: lo suyo es potencia y precisión.
Empezó con temas de KK’s Priest e Iced Earth y terminó con los de Judas Priest. No hubo postureo ni grandes discursos, solo ganas de tocar y pasarlo bien. Owens estuvo cercano, agradecido, y se movió por el escenario con la tranquilidad de quien sabe perfectamente lo que hace. La banda sonó ajustada y potente, con guitarras que se entendían al vuelo y una base rítmica firme, sin fisuras. Todo fluyó con una claridad sorprendente, sin excesos ni vacíos. A mitad del concierto quedaba claro que el heavy metal sigue siendo imparable.
El público respondió con ganas y Owens, visiblemente cómodo, devolvía la energía con una sonrisa y una voz que no se agota.
El concierto terminó como había empezado: con fuerza, sin artificios. Cuando se encendieron las luces, quedaba en el aire esa mezcla de cansancio e inmensa satisfacción que deja un muy buen directo. Owens, con la voz intacta y el aplomo de quien lleva toda la vida sobre un escenario, disfrutó, y el público también. No hizo falta más para que la noche saliera redonda; lo dejó claro en Ponferrada.