¿Quién teme (leer) a Virginia Woolf?

by Nerea Aguado Alonso

Puede que Virginia Woolf sea una de las autoras más citadas, recomendadas e influyentes en la literatura del siglo XX. Su técnica del flujo de conciencia, la narrativa no lineal o fracturada y su búsqueda constante de una nueva voz literaria están plenamente asentadas en la narrativa del siglo actual. A nadie extraña ya una novela escrita totalmente como un monólogo interior de varios personajes ni la hibridación de géneros. Sus novelas y textos narrativos se caracterizan por su densidad, complejidad y capacidad de evocación de mundos interiores. Son un desafío y como tal me gusta llevar sus libros a la programación de los clubes de lectura. Si la vamos a citar y admirar, qué menos que leerla atentamente. Sin embargo, cuando las participantes se enfrentan a un texto de la escritora británica suelen empezar preguntando cómo hacerlo, pues les impone la fama de la autora. Empezar a leer a Woolf por su narrativa es introducirse en su amplio, multicolor y experimental estilo. Hay que atreverse, que hay que entrar en esa corriente y dejarse revolcar por sus olas una y otra vez, viajando de un sentimiento a otro. Leer su narrativa como quien lee poesía, sintiéndola primero, dejando que el ritmo, la estructura, las certeras palabras y las emociones nos bañen y volver después, con la humedad aún en la piel a mirar ese agua que ya conocemos y se aquieta para que veamos el lecho pedregoso, verde y lleno de vida. Ella misma escribió en su diario: “La manera en que creo hermosas cavernas detrás de mis personajes. Creo que esto da por resultado exactamente lo que deseaba. Humanidad, humor, profundidad. El proyecto es que las cavernas estén en comunicación entre sí, y que todas queden bajo la luz del día en el mismo instante.”[1]

Para quien no esté en disposición de una zambullida de este calibre, lo mejor será comenzar por sus ensayos breves y las transcripciones de sus charlas: “Sobre la enfermedad”, “¿Soy una esnob?”, “La torre inclinada” o la famosísima “Una habitación propia” se abren como puertas accesibles hacia su universo. La autora elige un tono casi conversacional y una estructura más directa, lo que facilita una lectura inmediata sin renunciar a la profundidad de sus reflexiones. Sobre “Una habitación propia” una perfeccionista y autocrítica Virginia escribió: “ Creo que este libro tiene cierta especie de inquieta vida; se ve a un ser en trance de arquear la espalda y galpar, aun cuando, como de costumbre, buena parte del libro es aguada, delgada y está expresada en voz excesivamente alta.”[2] Dos características de la divulgación de su pensamiento la han hecho perdurable en el tiempo: los temas arriesgados, críticos e inteligentemente estructurados y un estilo directo, más ligero pero no superficial, que corre rápido como su mente pero se posa lo suficiente para ser digerido.

Leer a Virginia Woolf es una experiencia excitante, desconcertante en ocasiones y que libera lugares de nuestra mente y nuestra imaginación de manera inesperada. Empecemos por el río que cabriolea de su narrativa o por la plácida y clara orilla de sus ensayos, una vez lo hagamos nuestra manera de leer cualquier texto habrá cambiado.

[1]Virginia Woolf, Diario de una escritora, trad. Laura Pujol (Barcelona: Lumen, 1981),91.

[2] Ibid.,199

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