Si alguna vez has sentido que una canción te abraza, que una voz te acompaña en la soledad o que una melodía ilumina un momento gris, es posible que hayas escuchado a Nat King Cole sin darte cuenta. Hay algo en su manera de cantar, en la cadencia pausada de su voz y en el piano que la acompaña como una brisa suave, que transforma lo cotidiano en algo un poco más bello.
Nathaniel Adams Coles, más conocido como Nat King Cole, nació el 17 de marzo de 1919 en Montgomery, Alabama, en el seno de una familia humilde y profundamente musical. Su madre, Perlina Adams, tocaba el órgano en la iglesia, y fue ella quien le enseñó sus primeras notas al piano. Su padre, Edward Coles, era diácono y carnicero, pero su vocación era el ministerio. Cuando Nat era aún un niño, la familia se trasladó a Chicago, donde su padre se convirtió en pastor y su madre siguió tocando en la iglesia. Aquellos primeros años estuvieron marcados por la música gospel, el jazz y la música clásica, géneros que aprendería a interpretar con una destreza que marcaría toda su carrera.
Chicago, en aquel entonces, era un hervidero cultural, y el joven Nat quedó fascinado con el jazz que se respiraba en el barrio de Bronzeville. Aún siendo adolescente, empezó a frecuentar clubes nocturnos y admirar a músicos como Louis Armstrong y Earl Hines, su gran inspiración al piano. Tanto lo impresionó Hines que decidió seguir sus pasos y, a mediados de los años 30, inició su carrera artística, abandonando la «s» de su apellido y adoptando el nombre de Nat Cole. Su hermano Eddie, bajista, se unió a su primera banda, con la que grabaron su primer disco en 1936. No tardó en hacerse un nombre en la escena local y pronto la audiencia empezó a llamarlo “King”, un apodo que nunca lo abandonaría.

Su carrera tomó un giro decisivo cuando, tras una gira con el pianista Eubie Blake, decidió establecerse en Los Ángeles, donde formó el King Cole Swingers y, poco después, en 1939, el legendario Nat King Cole Trio , junto al guitarrista Oscar Moore y el bajista Wesley Prince. En plena era de las grandes bandas, un grupo compuesto únicamente por piano, guitarra y bajo era una rareza, pero su sonido innovador y elegante capturó al público, influyendo en futuras generaciones de músicos y consolidando a Nat como un pianista de jazz excepcional. Aunque al principio se veía solo como instrumentista, con el tiempo comenzó a cantar en algunas presentaciones. No tenía gran confianza en su voz, pero el público pensaba lo contrario. Fue precisamente con una de esas canciones, Sweet Lorraine (1940), cuando llamó la atención de las discográficas y firmó un contrato con Capitol Records, sello al que permanecería fiel durante toda su carrera. Su popularidad creció rápidamente y, en 1950, alcanzó el número uno de ventas con Mona Lisa . En esta etapa comenzó a alejarse poco a poco del jazz para centrarse en las baladas, lo que algunos puristas vieron como una traición a sus raíces. Pero Nat no prestó atención a las críticas: hacía la música que sentía y que conectaba con su público.
A lo largo de los años, su voz aterciopelada y su estilo refinado conquistaron corazones de todas partes del mundo. Su interpretación de Unforgettable , Nature Boy , The Christmas Song y Ramblin’ Rose lo convirtió en una de las voces más queridas del siglo XX. Pero si algo hizo aún más especial a Nat King Cole fue su decisión de cantar en español. En 1958, grabó en La Habana la discoteca Cole Español , interpretando clásicos latinos con un acento entrañablemente imperfecto que enamoró a los países hispanohablantes. Fue tal el éxito que lanzó dos discos más en este idioma: A Mis Amigos (1959) y More Cole Español (1962), con canciones como Quizás, quizás, quizás y Perfidia . Sin hablar español, Nat memorizaba fonéticamente cada palabra y su dedicación fue recompensada con el cariño de un público que aún hoy lo recuerda con admiración.


Pero a pesar del amor que recibió de su público, su vida estuvo marcada por el racismo. En 1948, al comprar una casa en Hancock Park, un barrio exclusivo de Los Ángeles, sus vecinos blancos hicieron todo lo posible por expulsarlo. Desde amenazas hasta la quema de una cruz en su jardín, nada fue suficiente para hacerlo renunciar. Cuando le dijeron que no querían «indeseables» en el barrio, Nat respondió con elegancia: «Yo tampoco. Y si veo que alguien indeseable entra aquí, seré el primero en quejarme» .
Su enfrentamiento con la segregación no terminó ahí. En 1956, mientras ofrecía un concierto en Alabama, fue atacado en pleno escenario por supremacistas blancos que intentaron secuestrarlo. Aunque salió herido, decidió terminar la actuación, pero con una declaración clara: nunca más volvería a actuar en el sur de Estados Unidos. Paradójicamente, también recibió críticas de la comunidad afroamericana, que lo acusaba de no hacer lo suficiente por la lucha por los derechos civiles. No era un activista en el sentido tradicional, pero apoyaba la causa de distintas maneras: con donaciones, usando su influencia y rompiendo barreras como ser el primer afroamericano en tener un programa de televisión propio, The Nat King Cole Show (1956).
A pesar de estos desafíos, su carrera continuó brillando. Se casó con Maria Ellington, con quien tuvo cinco hijos, entre ellos Natalie Cole, quien años más tarde se convertiría en una estrella por derecho propio. Pero su felicidad no es muy dura. En 1964, con solo 45 años, le diagnosticaron cáncer de pulmón. Un fumador empedernido, había pasado años grabando con un cigarrillo entre los dedos, sin imaginar que su voz, la misma que había enamorado al mundo, se apagaría demasiado pronto. Aun con la enfermedad avanzando, Nat siguió trabajando y dejó su última grabación, LOVE , pocos meses antes de su muerte, el 15 de febrero de 1965.
El día de su funeral, cientos de personas pasaron por su ataque para despedirse, mientras figuras como Frank Sinatra, Count Basie y Sammy Davis Jr. llevaban su féretro. Jack Benny, quien pronunció su elegía, dijo: «Nat Cole era un éxito aún mayor como hombre que como artista, y eso es mucho decir».