El Museo Thyssen-Bornemisza acoge la primera exposición monográfica en un museo de la artista canadiense Anna Weyant (Calgary, 1995), dentro del programa dedicado a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza. La muestra, comisariada por Guillermo Solana, reúne 26 obras entre lienzos y trabajos sobre papel pertenecientes a su producción más reciente, y se podrá visitar del 15 de julio al 12 de octubre de 2025.
Formada en la Rhode Island School of Design y con una breve estancia en la China Academy of Art en Hangzhou, Weyant se trasladó a Nueva York, donde su carrera despegó con fuerza desde su primera exposición individual en 2019. En apenas unos años, ha pasado de vender dibujos por 400 dólares en ferias locales a alcanzar más de 1,5 millones en subastas internacionales, convirtiéndose en una de las figuras más destacadas del arte figurativo contemporáneo. En 2022 se convirtió en la artista más joven representada por la prestigiosa galería Gagosian, donde ha celebrado exposiciones como Baby, It Ain’t Over Till It’s Over o Who’s Afraid of the Big Bad Wolves?, consolidando su presencia internacional.
El trabajo de Weyant se sitúa en un terreno de afinidades históricas y disonancias contemporáneas. Con una estética figurativa que remite al Barroco y a movimientos artísticos de la primera mitad del siglo XX, la artista construye una iconografía donde lo cotidiano se entrelaza con lo onírico, y donde los géneros tradicionales del arte —retrato, bodegón, escena de interior— son revisitados desde una mirada cargada de ironía, melancolía y un subtexto feminista muy actual. Esta conexión con el pasado se materializa en el diálogo que Weyant establece entre sus piezas y una cuidada selección de cinco obras de la colección permanente del museo, elegidas por ella misma, entre las que figuran autores como Mattia Preti, Magritte y Balthus.
Conocida por sus retratos de jóvenes mujeres inmersas en espacios que evocan casas de muñecas o paisajes suburbanos, Weyant aborda la adolescencia femenina como un espacio ambiguo entre la inocencia y el desencanto. Sus personajes —de apariencia serena, pero emocionalmente contenida— parecen habitar un mundo suspendido, atravesado por el deseo, la fragilidad y una cierta amenaza latente. Este mismo clima emocional se extiende a sus naturalezas muertas, donde globos a medio inflar, flores marchitas o lazos deshechos sugieren un estado de transición o colapso inminente.

La exposición subraya también el interés de la artista por lo siniestro y lo ilusorio. Obras como El concierto de Mattia Preti o el Retrato de una joven de perfil con una máscara en la mano derecha de Piazzetta refuerzan la idea de un tiempo detenido y enmascarado. En esa misma línea, la inclusión de El retrato del Dr. Haustein de Christian Schad o La llave de los campos de Magritte añade una tensión entre lo visible y lo que se oculta, entre la apariencia y lo que amenaza con irrumpir.
Conceptualmente, Weyant combina un dominio técnico muy riguroso —influido por los viejos maestros— con una sensibilidad contemporánea que no rehúye el humor negro ni la crítica velada. En palabras de la propia artista, solo produce pinturas que realmente son significativas para ella, y ha llegado a eliminar obras completas si no cumplen con su estándar emocional. Su reciente serie sobre joyas, presentada en TEFAF Nueva York, plantea una reflexión sobre el lujo y el artificio, utilizando un trompe-l’œil impecable que sugiere tanto opulencia como vacío simbólico.
Con esta exposición, el Museo Thyssen-Bornemisza no solo reconoce a una de las voces más interesantes y singulares del arte actual, sino que también plantea un diálogo entre tradición y contemporaneidad, e historia del arte y sensibilidad crítica. Lejos de ser una simple revelación del mercado, Anna Weyant se confirma aquí como una artista con visión, profundidad y una estética tan perturbadora como refinada.