En el verano de 1816, un grupo de escritores se refugió en la Villa Diodati, una mansión situada a orillas del lago Lemán, Suiza. Entre ellos estaban Lord Byron, Percy B. Shelley, su amante Mary Godwin (después conocida como Mary Shelley), su hermanastra Claire Clairmont y el médico John Polidori. La erupción del volcán Tambora en 1815 había provocado un enfriamiento global que llevó a que 1816 fuera conocido como «el año sin verano». En este ambiente gótico y melancólico, Byron propuso un concurso: cada uno debía escribir una historia de terror. De esta velada nacería Frankenstein o el moderno Prometeo, una de las obras más influyentes de la literatura universal.

Mary Shelley nació el 30 de agosto de 1797 en Londres. Era hija de dos figuras intelectuales de gran peso en su época: el filósofo y escritor político William Godwin, autor de Una investigación acerca de la justicia política, y Mary Wollstonecraft, una de las pioneras del feminismo y autora de Vindicación de los derechos de la mujer. Sin embargo, su madre falleció pocos días después de dar a luz, dejando a Mary en manos de su padre, quien la educó en un ambiente de gran estimulación intelectual. A pesar de la gran influencia de Godwin en la formación de su hija, su segunda esposa no tuvo el mismo nivel de interés en el desarrollo intelectual de Mary, lo que la llevó a sentirse algo marginada en su propio hogar. Su refugio fue la lectura, los escritos de su madre y los círculos filosóficos y literarios de su padre, donde conoció a Percy Bysshe Shelley, un joven poeta radical y admirador de Godwin. La relación entre ambos se volvió apasionada, pero también escandalosa, ya que Percy estaba casado en ese momento.
En 1814, Mary y Percy huyeron juntos a Francia, viajando a través de Europa en condiciones difíciles. Durante los siguientes años, Mary vivió tanto alegrías como profundas tragedias, incluida la pérdida de varios de sus hijos en la infancia. En 1816, la pareja llegó a Suiza, donde se reunieron con Lord Byron y Claire Clairmont en Villa Diodati. George Gordon Byron, conocido como Lord Byron, era una de las figuras más controvertidas de la literatura romántica. Poeta, aventurero y libertino, Byron había escapado de Inglaterra tras una serie de escándalos personales y políticos. En Suiza, estableció su residencia en Villa Diodati, donde su vida de excesos y genio literario influyó profundamente en sus acompañantes. El médico personal de Byron, John Polidori, también jugó un papel fundamental en aquel verano. De la misma velada en la que Mary Shelley concibió Frankenstein, Polidori escribió El vampiro, una historia que daría forma a la imagen del vampiro aristocrático que más tarde influiría en Drácula de Bram Stoker.
El ambiente intelectual en Villa Diodati estaba impregnado de discusiones sobre filosofía, ciencia y literatura gótica. Se hablaba de galvanismo y de experimentos que pretendían reanimar tejidos muertos. Fue en ese entorno que Mary Shelley tuvo su pesadilla visionaria sobre un científico que creaba un ser monstruoso. La novela no solo es una historia de terror, sino también una profunda reflexión sobre los límites de la ciencia y la responsabilidad del creador frente a su creación. Victor Frankenstein encarna al científico ambicioso que, movido por el deseo de conocimiento, traspasa los límites de la naturaleza. Las ideas del siglo XVIII sobre el galvanismo, las disecciones y la posibilidad de la reanimación artificial influyeron enormemente en la novela. Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin, había especulado sobre la capacidad de la electricidad para otorgar vida a la materia inerte, lo que también resonaba en el pensamiento de Shelley.

El personaje del monstruo es una de las creaciones más complejas de la literatura. A diferencia de su representación en el cine, donde es una criatura torpe y brutal, en la novela es inteligente, sensible y elocuente. Aprender a leer y a hablar a través de libros como El paraíso perdido, Las desventuras del joven Werther y Las vidas paralelas le da una profunda conciencia de su propia tragedia. El monstruo no nace malvado, sino que es rechazado por su creador y por la humanidad. Su deseo de afecto se convierte en rabia y venganza cuando es marginado y perseguido. Este dilema moral ha hecho que Frankenstein sea interpretado como una crítica a la sociedad y a la discriminación basada en la apariencia.
Desde su publicación, Frankenstein ha inspirado numerosas adaptaciones teatrales y cinematográficas. La versión de 1931 de Universal Studios, protagonizada por Boris Karloff, consolidó la imagen del monstruo con tornillos en el cuello y andar torpe. En 1994, Frankenstein de Mary Shelley, dirigida por Kenneth Branagh, intentó ser más fiel al material original, presentando a un monstruo con una profundidad emocional más cercana al libro. El legado de Mary Shelley también se extiende a la ciencia. Hoy, el término «frankensteiniano» se usa para describir avances tecnológicos o científicos que generan dilemas éticos, como la clonación o la inteligencia artificial.

Frankenstein sigue siendo una obra fundamental porque plantea cuestiones universales sobre la naturaleza humana, la responsabilidad moral y los peligros de la ambición desmedida. La historia de Mary Shelley, una joven que transformó su visión en una de las obras más influyentes de la literatura, es también un testimonio de su propio talento y determinación. Su monstruo, lejos de ser un simple ser terrorífico, es un reflejo de nuestros propios miedos, esperanzas y tragedias. Más de dos siglos después de su publicación, el dilema de la criatura de Frankenstein sigue interpelándonos y recordándonos que la verdadera monstruosidad no reside en la apariencia, sino en la indiferencia de la humanidad hacia aquellos a quienes ha condenado al abandono.